x Fesal Chain
Quiero aclarar una cuestión muy importante para mí y para los lectores de mis artículos, si he dedicado muchísima energía intelectual a analizar a la izquierda chilena, a criticarla y tomar cierta distancia en estos últimos años, al menos en lo que respecta a una militancia más activa, es por una cuestión clave y crítica.
La crisis de los distintos sectores, culturas, sensibilidades y partidos de la izquierda chilena, llega a tal nivel, que tomar una posición cerradamente seguidista, al menos para mí, es una irresponsabilidad teórica, un facilismo analítico, y una deslealtad con mis creencias y con mi manera de vivir.
A mi juicio, para un escritor, militar o participar demasiado alegremente en alguna opción de la izquierda, se puede transformar en una anulación de su capacidad crítica, con aquellos y aquellas que más nos importan, con los que querríamos avanzar hacia un objetivo preciso y claro.
Hecha esta aclaración y observando las distintas candidaturas de la izquierda, sus organizaciones y operaciones políticas, me resuena un tema, una preocupación no menor. Qué cómodo se ha convertido el ser de izquierda hoy en Chile. Especialmente cuando ser de izquierda no reviste ningún peligro o amenaza para nadie. O cuando ser de izquierda tampoco reviste un riesgo para uno mismo, es decir cuando no significa una diferencia sustancial en el modo de vida con respecto a otras culturas, sensibilidades e ideologías.
Cada cual vive como puede y desea, toma las oportunidades que le parecen válidas y desarrolla sus intereses en conformidad a sus creencias, valores y modos de entender y transformar el mundo. No hay signo de totalitarismo ni dogmatismo en mi reflexión. Creo en la diversidad de actos y opiniones y que las personas puedan aportar desde sus capacidades a las distintas causas y objetivos colectivos, especialmente cuando estos se refieren a la obtención de grados crecientes de justicia social, igualdad y libertad.
Y tampoco creo que ser de izquierda es una definición ni personal, ni meramente subjetiva, ni menos desde la teoría pura o desde la escritura. Dicho de otro modo, no soy yo el llamado, ni nadie en particular a definir lo que es ser de izquierda o a normar de manera rígida los actos y pensamientos de los demás. Nada más lejos de mis intenciones.
Pero resulta que hoy ser de izquierda, a lo sumo significará para la gran mayoría, remitirse a una tradición, a ciertos liderazgos históricos, a una estética, a una comunidad. Cuestiones importantes, necesarias, pero al parecer no suficientes.
¿Por qué no suficientes? Porque si hay algo que probablemente defina a la izquierda en Chile y en el mundo, más allá de cuestiones programáticas, es la capacidad de seducir y avanzar con las grandes mayorías. A lo largo de la historia de la humanidad, los grandes procesos de cambio, las revoluciones han sido de masas y de masas no meramente convencidas de una ideología, sino justamente seducidas por el discurso y sobretodo por los actos éticos, valientes y comprometidos de dirigentes y líderes. Y no actos cualquiera, ni cualquier discurso, sino aquellos que apuntan a romper con el estado de inmovilidad y conservadurismo de la sociedad, de injusticias, desigualdades y dominaciones, pero fundamentalmente desde el convivir, desde el hacerse parte de los sufrimientos, necesidades y sueños de las mayorías. Las alturas nunca han sido el espacio privilegiado de las izquierdas, sino el mundo real, social, popular, el de las personas, grupos y clases dominadas, en el territorio social y físico que habitan y que de alguna manera les pertenece. Lo he dicho en otros artículos, el primigenio significado de la com-pasión cristiana. Entrar en la pasión del otro, reír con el que ríe y llorar con el que llora. Nadie puede estar com-pasionado desde las alturas, sino al lado del otro. Como nos dice Sergio Ortega en el Pueblo Unido “Y tú vendrás/Marchando junto a mí/Y así verás/Tu canto y tu bandera florecer…”.
Pero también es cierto que la izquierda accede al poder del estado y que se van formando en la historia de este poder, grupos dirigenciales, funcionarios y burócratas que en un comienzo convivían y provenían algunos del pueblo mismo. Y que en la medida que van pasando los años, cumpliéndose o no ciertos logros, se van convirtiendo en castas, que se superponen muchas veces a las mismas organizaciones políticas y a las organizaciones populares. Van viviendo distinto, mejor que las mayorías y van obteniendo privilegios y prebendas.
Y si estos grupos dirigenciales, no valoraron suficientemente en sus inicios, la convivencia social y territorial con el pueblo, el hacerse parte de los sufrimientos, necesidades y sueños de aquellas mayorías, su divorcio a lo largo del tiempo, será mayor y más dramático que si hubiesen persistido en anular esta tendencia.
Hoy ser de izquierda y a eso voy, no necesariamente es un modo de vida. Es más bien, un discurso y una agitación y propaganda de ciertos lugares comunes de la ideología, de una estética y de una moda.
Es por eso que la izquierda ha perdido credibilidad, ya los funcionarios, burócratas y miembros privilegiados de los partidos, la clase política y sus maquinarias, no son creíbles. Los intelectuales y artistas, que se apegan a dichas máquinas grandes o pequeñas del poder político también han perdido credibilidad. Como en una gran pantalla gigante, el pueblo pobre y el pueblo trabajador que vive en las comunas populares y periféricas, los ve como actores de una película extranjera, en que ellos, los pobres y los trabajadores, no participan ni de extras.
Muchas veces no se explica ese pueblo, de qué viven los militantes a tiempo completo, sino trabajan en los mismos trabajos que ellos y se les ve una y otra vez en la pura actividad política o en los medios de comunicación. Muchas veces el mismo pueblo al que se le pide el voto o una lealtad a toda prueba, no entiende realmente y comienza a sospechar, cuando ve a los políticos de la izquierda, a los intelectuales y artistas muy ligados al poder estatal o rondándolo y siendo siempre los mismos durante décadas, una especie de gerontocracia del cambio.
Y también el pueblo sospecha, cuando los que ayer eran sus pares y vecinos, al dedicarse a la política de izquierda, comienzan a cambiarse de barrio, de amistades y redes sociales y a poner a sus hijos en colegios particulares y a ir a restaurantes del barrio alto a conversar y discutir con la clase media alta de izquierda, sobre aquel mismo pueblo al que algunos pertenecían y que ya no visitan más, a excepción cuando van a ver sus padres, que aún viven en la misma población pobre, de hace 40 o 30 años.
Por eso es explicable que la izquierda no obtenga más del 5% o 10% en las elecciones, no es culpa totalmente del sistema binominal o de la dictadura o de tener una ideología rígida.
Las personas observan una distancia entre el decir y el hacer de la izquierda, entre los principios y valores que levanta y el modo de vida de las personas y dirigentes de la izquierda. Y a la vez observan un desmedido afán de poder de los partidos y sus militantes, de un acercamiento excesivo al estado y una distancia enorme respecto a lo local, lo comunal, lo territorial y lo social. Se ve a los políticos de la izquierda y también a los militantes y simpatizantes que pertenecen a los grupos sociales y clases más favorecidas “bajar” a las comunas populares, solamente para las elecciones. Allí se llenan las ferias libres de candidatos, cartelones, actividades culturales, eventos y promesas. Pasan las elecciones y la izquierda dirigencial y sus cuadros y funcionarios brillan por su ausencia en las actividades cotidianas que el mismo pueblo organiza y realiza durante el año.
Porque también hay que decirlo y no como un ejercicio de distribución de culpas, sino como constatación de una realidad. En una sociedad de clases aún los partidos de izquierda y entre ellos los partidos de la clase obrera, viven y sufren en su seno la división de clases, hay militantes y seguidores de distintos grupos y clases sociales en los partidos de la izquierda. Y esa diferencia, que no es meramente una distinción territorial, sino de capital financiero y capital cultural adquirido y heredado, se nota y se expresa en la división social del trabajo partidario. Esto que digo es un tema muy específico y acaso pertenece a la teoría del partido y de cómo es posible superar o disminuir al máximo esta brecha. Puesto que vivimos en una sociedad de clases todas las organizaciones, instituciones y agrupaciones expresan la sociedad completa en su particular modo.
Para no caer en temas demasiado sociológicos, al menos una respuesta a todo lo anterior sigue y seguirá siendo, romper radicalmente la distancia entre el decir y el hacer de la izquierda, entre los principios y valores que levanta y el modo de vida de las personas, militantes, simpatizantes y dirigentes de esa izquierda. Retomar el convivir, el hacerse parte de los sufrimientos, necesidades y sueños de las mayorías. Hacer carne el principio fundante de entrar en la pasión del otro, reír con el que ríe y llorar con el que llora. Retornar a los territorios sociales y físicos del mundo popular y volver acaso no meramente a cantar el Pueblo Unido, sino que tratar en nuestra cotidianidad de vivirlo y hacerlo real, modificándolo también: Que resuene en nuestros corazones y en nuestras bocas el nuevo verso: “Y yo vendré/Marchando junto a ti/Y así veremos/Nuestro canto y nuestra bandera florecer…”.
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