jueves, 15 de abril de 2010

Despercudirse de la izquierda


x Fesal Chain

Mi generación de los 80 y la dos anteriores, es decir aquellas del 60 y 70, nos acercamos a la izquierda por razones de fuerza mayor, era el camino de la justicia social, de la fraternidad humana y de la libertad. Sobretodo desde los años 70 en adelante. La vía chilena al socialismo y la lucha más consecuentemente democrática contra la dictadura pinochetista tenía un domicilio específico, el gran arco de la izquierda chilena.

Nadie que haya militado política o socialmente en la izquierda en dicho contexto histórico, puede renegar un ápice de su identidad formada en aquellos valores, normas y actos. Todos ellos se internalizaron en nuestros cuerpos como educación heredada y adquirida.

Sin embargo al pasar casi 40 años de la Unidad Popular y 20 del término de la dictadura, no es posible quedarse sólo en los valores y actos de valentía, arrojo y heroicidad de la izquierda contra la dictadura. Es necesario también ser capaces de hacer una arqueología de sus errores y disvalores, de sus agitaciones vacías y de sus mascaradas.

El gesto fundacional del Presidente Allende, de defender con su propia sangre la democracia y la libertad política, económica, social y cultural de Chile, si no ha quedado en el olvido, al menos se ha difuminado en los propios actos de la actual izquierda chilena y de sus dirigentes, y me refiero a toda la izquierda, tanto aquella que tomo el relevo del Allendismo como aquella que gobernó Chile durante 20 años. Hablo de toda la izquierda política y cultural, de cualquier signo.

Esta izquierda no ha estado a la altura moral del gesto del Presidente mártir. Y probablemente nunca lo estuvo. Esa canción de Pablo Milanés "A Salvador Allende en su combate por la vida" es un tremendo análisis al respecto:

"Qué soledad tan sola te inundaba
en el momento en que tus personales
amigos de la vida y de la muerte
te rodeaban".

La soledad de aquel que sabe la magnitud de la tragedia y de la derrota, que a su vez es la soledad de quien tiene la enorme comprensión de que pocos entendieron la magnitud de la utopía. Allende, en ese preciso instante, en que los lobos en jauría se ensañaban con los hombres y mujeres y con los símbolos más queridos, sin dudarlo, giró toda su figura hacia el pueblo, dándole la espalda a los políticos tradicionales, a los poderes y a las instituciones, acaso por primera vez, y convirtió sus actos en resistencia pura y dura, dejando de lado la clásica representación y haciendo carne al pueblo mismo en su cuerpo combatiente.

"Qué manera de alzarse en un abrazo
el odio, la traición, la muerte, el lodo;
lo que constituyó tu pensamiento
ha muerto todo".

La amplitud del poema convoca a la reflexión profunda. ¿Quienes odiaron y traicionaron? Es claro que el odio vino siempre de las clases dominantes, de las capas medias arribistas y aquellos sectores populares cooptados por los primeros. Pero la traición no puede venir sino de los propios. Una traición ontológica. De no haber construido desde los actos cotidianos, con toda la energía y voluntad, el sueño de Allende, que era el sueño del pueblo. Un sueño en el que no podían caber egolatrías. Los actos políticos debían ser sino puros, de gran altura y dedicación consciente. Pero la izquierda trastabilló entre discusiones estériles, correlaciones de fuerza, acomodos, peleas chicas de cargos y prebendas, en fin, siguió en la vieja política y no se dio cuenta que no había correspondencia posible entre esa política tradicional y añeja, y la gesta a la que nos habíamos convocado, desde Allende como pueblo en proceso de liberación.

Si hay otro hombre que representa a muchos hombres y mujeres que fueron capaces de ponerse a la altura de las circunstancias y de la pérdida, fue Miguel Enríquez. No dudó en dar la lucha armada desde el primer minuto y morir en ella. Después le siguieron otros y otras.

"Qué vida quemada,
qué esperanza muerta,
qué vuelta a la nada,
qué fin".

Y ciertamente, después de la inmolación de Allende, de su valiente determinación, ha habido una vuelta a la nada. Nosotros los militantes políticos y sociales y sobre todo el pueblo de Chile que se sintió representado por Allende, y que fue un baluarte de resistencia durante los años de la dictadura, se volvió a encontrar, una y otra vez, con los pequeños gestos, intereses y corrupciones de una izquierda que siempre trastabilla.

Por que no bastaba con luchar contra la dictadura, también a sangre y fuego y volver al poder o al parlamento, no bastaba. Todo eso, si es que se puede decir de este modo, era una obligación moral que se ponía por primera vez a la altura del martirio. Había que, una vez recuperada la democracia, comenzar a construir con mística, disciplina y valor, y con profunda honestidad todo aquello que se enarbola con tanta facilidad, pero que tristemente muy poco se practica.

Por que si hay algo que nos aleja a muchos de la izquierda y que nos impele a despercudirnos de ella, es su maldito acostumbramiento a levantar discursos que todo el mundo sabe bien que no hará. Ni en lo público ni en lo privado. Y ese es un pecado mayor. No podemos criticar a la derecha o al centro político por aquello, pues simplemente esos sectores no levantan las banderas de la igualdad, de la fraternidad y de la libertad y menos con la arrogancia monopólica e histeria que lo hace la izquierda. Y lo hace una y otra vez, pero en sus actos cotidianos construye una brecha entre lo que dice y hace, tan grande como la parafernalia con que vocifera sus principios.

La izquierda chilena, toda ella, en su matriz cultual ya no es creíble. Nadie pues, nos puede obligar a entrar a ese negocio. Y de alguna manera dejó de serlo en el preciso instante en que Allende, en esa soledad tan sola, se enfrentó a los misiles y a los tanques. Somos ya personas adultas y sabemos muy bien que no es posible seguir a aquellos que dicen una cosa y hacen otra tan distinta, en una dirección exactamente contraria. O que construyen actos miserables, muy pero muy lejanos a lo que proclaman a los cuatro vientos.

Estamos solos, como lo estuvo Allende. Estamos siempre inmolándonos, como lo hizo Allende, estamos rodeados de quienes no trepidan, cuando se traicionan a sí mismos, en traicionarnos siempre, como le pasó a Allende.

Yo, que fui tremendamente crítico de la Unidad Popular, en el sentido de que no era posible hacer una revolución sin violencia, hoy, si he realizado una autocrítica real, apunta a la profunda valoración de Allende, de su honestidad, de su capacidad de leer la matriz cultural de Chile, de ponerse con actos concretos, día a día, a la altura de los desafíos y de la utopía que se deseaba construir, y de ser capaz de defender con su vida al pueblo de Chile.

Debemos despercudirnos de la izquierda chilena de una vez por todas, justamente porque debemos volver a Salvador Allende en su estatura moral, en su humanismo, en su cotidiano y heroico caminar.