lunes, 28 de febrero de 2011

Breve reflexión sobre las revueltas en el mundo árabe o la construcción social de realidad


Fesal Chain poeta, narrador y sociólogo chileno

"...Que la tranquilidad descienda sobre nosotros, y haznos firmes al enfrentar a nuestros enemigos. ¡Ciertamente han trasgredido en nuestra contra...! (Bujari,2780)

Un tema muy sensible y central de las revueltas en el mundo árabe, es la política comunicacional Imperialista y del Judaísmo Internacional: No como mera propaganda al estilo del Siglo XX, sino como correlato y fundamento de la política Neocon y liberal.

Los Estados Unidos, la UE e Israel y sus aliados árabes (castas con intereses específicos de poder y riquezas) quieren hacer entender al mundo occidental y oriental que la construcción social de realidad (de ellos) es "la" realidad. Entonces lo que hacen es comunicar, generar y construir que la realidad de los levantamientos es "democrática-liberal". Así el levantamiento, sublevación, rebelión o como quiera que se le denomine, en Egipto por ejemplo, si es "democratizadora contra dictadores", es igualable en el discurso a cualquier levantamiento, sublevación, rebelión en el mundo árabe, en cualquier territorio o Nación específica.

Así se explica todo como un movimiento liberal democrático de masas contra las autocracias. Esto no es así, porque la variable Islámica (para nosotros una variable, pero para el mundo árabe toda su cosmovisión) es fundamental.

En árabe la palabra traducida como religión: Din, se refiere a un estilo de vida que es privado y público. Es un término que significa: actos de culto, vida cotidiana, práctica (personal y social) y política. Así el Islam es un movimiento de corrección de vida, en en los ámbitos religioso, político, económico y social. Es decir, en el plano del culto, en lo personal no escindido de lo público, en lo económico-social-comunitario, y político, contra el modo incorrecto de actuar según las enseñanzas o suras reveladas a Mahoma y comunicadas en el Corán:

Contra el individualismo, modo de vida escindido de la construcción en comunidad que deviene en la usura y el interés, contra todas las diferencias sociales (que no provengan de una diferencia en la corrección de la forma de vida), contra la embriaguez y los juegos de azar, contra la violencia hacia la mujer y la infidelidad (fornicación), contra el distanciamiento y pérdida de entrega de favores de los dirigentes de las necesidades y peticiones de las masas.

Desde esta perspectiva, debemos analizar los movimientos sociales, los conflictos, los levantamientos, sublevaciones y rebeliones, en tanto las masas y movimientos islámicos consideran que no viven, ni ellos y en especial a causa de las políticas de sus dirigentes, suficientemente de acuerdo a los preceptos del modo de vida que permite la corrección de vida.

Si tomamos este criterio podemos hacer las distinciones que los imperialistas, los europeos y judíos no hacen de los distintos focos de conflicto. De hecho, dos datos desde casos específicos: cuando la oposición interna al régimen iraní se opone (valga la redundancia) a sus dirigentes, lo hacen en función si son o no son más o menos islámicos. A mi juicio, Irán será una salvaguarda más allá de sus conflictos internos, de los intereses de los levantamientos islámicos. Y si no lo fuese hoy, los dirigentes islámicos que sucedan al actual régimen (de haber levantamientos) igualmente lo serán.

Actualmente en Túnez las masas islámicas atacan las casas de prostitución, y el régimen dominante manda al ejército a defenderlas. (Esto es claramente un conflicto entre musulmanes que se distancian o no de la corrección del modo de vida según los preceptos).

Con lo anterior explico que el eje fundamental de los levantamientos es la cosmovisión islámica no meramente contra las autocracias, sino contra toda forma que se aleja del Islam y de su preceptos genuinos (que es una evaluación dinámica de las masas y líderes islámicos que se levantan), esta evaluación incluye ciertamente a sus dirigentes (sean o no sean islámicos) y los modos occidentales de gobernar al interior de cada país árabe y obviamente los modos occidentales, imperialistas, colonialistas y europeizantes de Israel y sus aliados.

Cualquier evaluación de los levantamientos en el mundo árabe no tiene una explicación occidental, desde la crisis económicas o desde las motivaciones de mayor o menos democratización al estilo occidental de los regímenes políticos, o desde la lucha de clases, sino desde la reacción profunda de los movimientos políticos y sociales islámicos que presionan a sus enemigos y adversarios internos y externos, en el primer caso fundamentalmente a adoptar las correcciones del modo de vida en todas las dimensiones de la vida y en el segundo caso, esencialmente como un movimiento de auto determinación de su cultura, como preservación de la autonomía contra la impuesta cosmovisión Neocon y liberal.

El objetivo imperialista y sionista siempre será comunicar, generar y construir que la realidad de su propia cosmovisión es la correcta y que los levantamientos árabes no son más que "democrático-liberales" concordantes con la visión y organización occidental (es decir, la de ellos que sería civilizatoria y superior). Al respecto no es azaroso que las declaraciones de los dirigentes sionistas como Simón Peres, sea por un lado apoyar las "autocracias" pero por otro, una vez destituidas, celebrar los levantamientos y desear que sean democráticos como sólo Israel lo sería en el concierto de los países del Oriente Medio y del Norte de África.

Por esta vía el Occidente en pleno (EEUU, UE e Israel ) pretenden imponerse cultural, política, territorial y militarmente como alternativa dominante en todo el Oriente, con sus aliados árabes como punta de lanza, o ya caídos los regímenes títeres, de modo más radical con intervenciones y ocupación de los ejércitos norteamericanos y europeos. Frente a esto el Islam se levanta como monumental alternativa.

¿ES INÚTIL SUBLEVARSE? por Michel Foucalt en Le Monde, n° 10.661, 11-12 de mayo de 1979


«Inutile de se soulever?», en Le Monde, n° 10.661, 11-12 de mayo de 1979, págs. 1-2.

«Para que el sha se vaya, estamos dispuestos a morir a millares», decían los iraníes, el verano pasado. Y el ayatolá, estos días: «Que sangre Irán, para que la revolución sea fuerte».

Extraño eco entre estas dos frases que parecen encadenarse. ¿El horror de la segunda condena la embriaguez de la primera?

Las sublevaciones pertenecen a la historia. Pero, en cierto modo, se le escapan. El movimiento mediante el cual un solo hombre, un grupo, una minoría o un pueblo entero dice: «no obedezco más», y arroja a la cara de un poder que estima injusto el riesgo de su vida —tal movimiento me parece irreductible—. Y ello porque ningún poder es capaz de tornarlo absolutamente imposible: Varsovia siempre tendrá su gueto sublevado y sus cloacas pobladas de insurgentes. Y también porque el hombre que se alza carece finalmente de explicación; hace falta un desgarramiento que interrumpa el hilo de la historia, y sus largas cadenas de razones, para que un hombre pueda «realmente» preferir el riesgo de la muerte a la certeza de tener que obedecer.

Todas las formas de libertad adquiridas o reclamadas, todos los derechos que se hacen valer, incluso los relativos a cosas aparentemente menos importantes tienen, sin embargo, ahí un último punto de anclaje, más sólido y más próximo que los «derechos naturales». Si las sociedades se mantienen y viven, es decir, si los poderes no son en ellas «absolutamente absolutos», es porque, tras todas las aceptaciones y las coerciones, más allá de las amenazas, de las violencias y de las persuasiones, cabe la posibilidad de ese movimiento en el que la vida ya no se canjea, en el que los poderes no pueden ya nada y en el que, ante las horcas y las ametralladoras, los hombres se sublevan.

Puesto que es así «fuera de la historia» y en la historia, dado que cada cual allí se las ve en la vida y en la muerte, se comprende por qué las sublevaciones han podido encontrar tan fácilmente su expresión y su dramaturgia en las formas religiosas. Promesa del más allá, retorno del tiempo, espera del salvador o del imperio de los últimos días, reino por completo del bien, todo esto ha constituido durante siglos, allí donde la forma de la religión se prestaba a ello, no un ropaje ideológico, sino la manera misma de vivir las sublevaciones.

Llegó la era de la «revolución». Desde hace dos siglos, ésta ha dominado la historia, ha organizado nuestra percepción del tiempo, ha polarizado las esperanzas. Ha constituido un gigantesco esfuerzo por aclimatar la sublevación en el interior de una historia racional y dominable: la revolución le ha dado una legitimidad, ha hecho la selección de sus buenas y malas formas, ha definido las leyes de su desarrollo; le ha fijado condiciones previas, objetivos y maneras de cumplirse. Se ha definido, incluso, la profesión de revolucionario. Al repatriar de este modo la sublevación, se ha pretendido hacerla aparecer en su verdad y conducirla hasta su término real. Maravillosa y temible promesa. Algunos dirán que la sublevación se ha encontrado colonizada en la Real-Politik. Otros, que se le ha abierto la dimensión de una historia racional.

Yo prefiero la pregunta que Horckheimer planteaba en otra ocasión, pregunta ingenua, y un poco febril: «Pero, ¿es, pues, tan deseable, esta revolución?».

Enigma de la sublevación. Para quien buscaba en Irán, no las «razones profundas» del movimiento, sino la manera en que era vivido, para quien intentaba comprender lo que pasaba en la cabeza de estos hombres y de estas mujeres cuando arriesgaban su vida, una cosa resultaba chocante. Su hambre, sus humillaciones, su odio al régimen y su voluntad de derribarlo les inscribían en los confines del cielo y de la tierra, en una historia soñada que era tan religiosa como política. Se enfrentaban a los Pahlavi en una partida en la que para cada uno estaba en juego su vida y su muerte, pero también estaban en juego sacrificios y promesas milenarias. Y hasta tal punto, que las famosas manifestaciones, que jugaron un papel tan importante, podían a la vez responder realmente a la amenaza del ejército (hasta paralizarlo), desarrollarse según el ritmo de las ceremonias religiosas y, finalmente, remitir a una dramaturgia intemporal en la que el poder es siempre maldito. Extraña superposición que hacía surgir en pleno siglo XX un movimiento lo suficientemente fuerte como para derribar al régimen en apariencia mejor armado, mientras que estaba extremadamente próximo a los viejos sueños que Occidente conoció en otro tiempo, cuando se querían inscribir las figuras de la espiritualidad en el suelo de la política.

Dos años de censura y de persecución, una clase política orillada, partidos prohibidos, grupos revolucionarios diezmados: ¿sobre qué, sino sobre la religión, podían apoyarse el desasosiego y después la rebelión de una población traumatizada por el «desarrollo», la «reforma», la «urbanización» y todos los otros fracasos del régimen? Es verdad, pero, ¿cabía esperar que el elemento religioso se borrara enseguida en provecho de fuerzas más reales y de ideologías menos «arcaicas»? Sin duda no, y por varias razones.

En primer lugar, el rápido éxito del movimiento, el acomodo en la forma que había tomado. Estaba, a su vez, la solidez institucional de un clérigo cuyo imperio sobre la población era fuerte; y sus ambiciones políticas, vigorosas. Se daba todo el contexto del movimiento islámico: por las posiciones estratégicas que ocupa, las claves económicas que detentan los países musulmanes, y su propia fuerza de expansión en dos continentes, se constituye, en torno a Irán, una realidad intensa y compleja. Hasta el punto de que los contenidos imaginarios de la rebelión no se disiparon a la luz de la revolución. Fueron inmediatamente transpuestos en una escena política que parecía completamente dispuesta a recibirlos pero que, de hecho, era por completo de otra naturaleza. Sobre esta escena se mezclan lo más importante y lo más atroz: la formidable esperanza de volver a hacer del islam una gran civilización viva, y formas de xenofobia virulenta; los envites mundiales y las rivalidades regionales, Y el problema de los imperialismos. Y la sujeción de las mujeres, etc.

El movimiento iraní no ha sufrido esta «ley» de las revoluciones que, según parece, haría aflorar bajo el entusiasmo ciego la tiranía que ya en secreto las habitaba. Lo que constituía la parte más interior y más intensamente vivida de la sublevación afectaba sin intermediario a un tablero político sobrecargado. Pero este contacto no es identidad. La espiritualidad a la que se referían los que iban a morir no tiene parangón con el gobierno sangriento de un elegido integrista. Los religiosos iraníes quieren autentificar su régimen mediante las significaciones que tenía la sublevación. No se hace otra cosa que la que hacen ellos descualificando el hecho de la sublevación porque hoy haya un gobierno de mulás. Tanto en un caso como en otro, hay «miedo». Miedo de lo que acaba de pasar el último otoño en Irán y de lo que el mundo desde hace tiempo no había dado ejemplo.

De ahí, justamente, la necesidad de hacer resurgir lo que hay de no reductible en tal movimiento. Y de profundamente amenazante tanto para el despotismo de hoy como de ayer.

Ciertamente, no da ninguna vergüenza cambiar de opinión pero no hay ninguna razón para decir que se cambia cuando se está hoy contra la amputación de manos, tras haber estado ayer contra las torturas de la Savak.

Ninguno tiene derecho a decir: «rebélese usted por mí, se trata de la liberación final de todo hombre». Pero no puedo estar de acuerdo con quien dijera: «Es inútil sublevarse, siempre será lo mismo». No se hace la ley para quien arriesga su vida ante un poder. ¿Se tiene o no razón para rebelarse? Dejemos la cuestión abierta. Hay sublevación, es un hecho; y mediante ella es como la subjetividad (no la de los grandes hombres, sino la de cualquiera) se introduce en la historia y le da su soplo. Un delincuente pone su vida en la balanza contra los castigos abusivos; un loco ya no puede ser encerrado y despojado; un pueblo rechaza el régimen que le oprime. Esto no hace inocente al primero, ni cura al otro ni asegura al tercero los mañanas prometidos.

Por otra parte, nadie es obligado a ser solidario. Nadie es obligado a encontrar que esas voces confusas cantan mejor que las otras y dicen el fondo último de lo verdadero. Basta que existan y que tengan contra ellas todo lo que se empeña en hacerlas callar, para que tenga sentido escucharlas y buscar lo que quieren decir.

¿Cuestión de moral? Quizás. Cuestión de realidad, sin duda. Todos los desencadenamientos de la historia no lograrán al respecto nada: porque hay tales voces es por lo que justamente el tiempo de los hombres no tiene la forma de la evolución, sino la de la «historia».

Esto es inseparable de otro principio: siempre es peligroso el poder que un hombre ejerce sobre otro. Yo no digo que el poder, por naturaleza, sea un mal; digo que el poder, por sus mecanismos, es infinito. Las reglas nunca son lo suficientemente rigurosas como para limitarlo: y los principios universales nunca lo suficientemente estrictos para desasirlo de todas las ocasiones en las que se ampara. Al poder hay que oponerle siempre leyes infranqueables y derechos sin restricciones.

Los intelectuales, en estos tiempos, no tienen buena «prensa»; creo poder emplear esta palabra en un sentido bien preciso. No es pues el momento de decir que no se es intelectual. Si se me pregunta cómo concibo lo que hago, respondería: si el estratega es el hombre que dice: «qué importa tal muerte, tal grito, tal sublevación con relación a la gran necesidad de conjunto y qué me importa además tal principio general en la situación particular en la que estamos», pues, entonces, me es indiferente que el estratega sea un político, un historiador, un revolucionario, un partidario del sha, del ayatolá; mi moral teórica es inversa. Es «antiestratégica»: ser respetuoso cuando una singularidad se subleva, intransigente desde que el poder transgrede lo universal. Elección sencilla y dificultosa labor, puesto que es preciso a la vez acechar, un poco por debajo de la historia, lo que la rompe y la agita, y vigilar, un poco por detrás de la política, sobre lo que debe limitarla incondicionalmente. Después de todo, ése es mi trabajo: no soy ni el primero ni el único en hacerlo. Pero yo lo he escogido.

"El peor error de occidente ha sido no comprender el islam político"


Entrevista a María Antonia Martínez
arabista, investiga el mundo árabe en la Universidad de Málaga.desde 1976.

Editado por Fesal Chain, poeta, narrador y sociólogo chileno

Fuente:http://www.malagahoy.es/article/malaga/909618/quotel/peor/error/occidente/ha/sido/no/comprender/islam/politicoquot.html


"Los Hermanos Musulmanes son más fundamentalistas que el turco Justicia y Desarrollo, son más reivindicativos de la presencia del islam, pero siempre por vías pacíficas y democráticas. Y otro ejemplo, Hamas en Palestina es el islam político real, revolucionario, el que pretende alterar y hacerse con el poder pero nada tiene que ver (...)con el terrorismo internacional de Al Qaeda"

María Antonia Martínez Núñez aparece como una de las figuras más claras y relevantes del panorama para analizar qué está sucediendo en estos días. Doctora en Filología Árabe y experta en pensamiento e ideología del mundo árabe contemporáneo y en epigrafía árabe de Al-Andalus en la UMA, desde hace más de 35 años sigue el pulso a unas sociedades que en el imaginario colectivo occidental son el otro.

P: ¿Qué está pasando en el mundo árabe?

R: Pues que por primera vez el pueblo ha decidido no aguantar más la falta de democracia, el autoritarismo, la represión policial y la corrupción de unos regímenes que, aunque pudieron surgir con el apoyo popular, han perdido legitimidad con los años. El pueblo no soporta más la pérdida de libertad y la falta de expectativas, situación que se ha agravado de manera dramática con la crisis. No olvidemos que las primeras manifestaciones surgieron en Túnez por la carestía de productos básicos y que el detonante fue el licenciado universitario que se autoinmoló porque le habían quitado el carro con el que vendía verduras.

P: ¿Por qué ahora y no antes?

R: La verdad es que no lo puedo decir y eso que creo que estoy al tanto de lo que sucede en el mundo árabe, entre otras cosas porque es parte de mi especialidad. No conocía que hubiese ningún tipo de síntoma indicativo de que esto iba a suceder y sobre todo que iba a tener éxito porque han conseguido que Ben Ali abandone el poder y que Hosni Mubarak finalmente también cediera. Sorprende la fuerza que han mostrado los manifestantes que no responden, y eso sí quiero dejarlo muy claro, a ninguna consigna de lo que se conoce como el islam político.

P: ¿Los Hermanos Musulmanes egipcios no han tenido ningún protagonismo?

R: No, simplemente han participado pero lo mismo que los cristianos coptos. Estas manifestaciones no tienen nada que ver con ningún movimiento islamista, ni con partidos políticos organizados. Han sido algo más popular y espontáneo que quizás tenga más que ver con este chico de Google que estuvo encarcelado, aunque tampoco un llamamiento que se hace a través de una red social como Facebook o Tuenti tiene éxito si no están las circunstancias sociales maduras. Y no ha sido fácil, no olvidemos que la represión policial y los enfrentamientos con los seguidores de Mubarak han dejado en Egipto 300 muertos.

P: ¿Qué se puede esperar de un movimiento de base sin un liderazgo claro?

R: Todo, por lo menos en principio. Si Ben Ali y Mubarak han cedido ha sido porque veían la voluntad decidida del pueblo, no de un partido o de la oposición que es mucho más fácil descabezarla metiendo a sus líderes en la cárcel. Esto es lo que también ha hecho que consigan apoyo exterior y que realmente se les haga caso.

P: EEUU y Europa han tenido que volver la espalda a aliados históricos.

R: Se han visto impelidos a decir que había que actuar en el sentido que exigían esas sociedades. Francia al principio del estallido en Túnez apoyó la estabilidad y en Egipto, sin duda, la diplomacia internacional no quería que se alterara un statu quo que garantiza la permanencia y seguridad de Israel, porque el Egipto de Mubarak era el principal aliado de Estados Unidos y de Israel en el mundo árabe, y, claro, Obama no quería una ruptura total con el régimen de Mubarak.

P: ¿Qué papel juega el ejército?

R: En Egipto, por ejemplo, es una institución sumamente valorada. El régimen de Mubarak procede de una revolución militar apoyada por el pueblo que acabó con la monarquía probritánica. Primero llegó al poder el general Naguib y en 1954 Nasser, que fue un presidente de prestigio internacional que despertó grandes expectativas internas, cierto que luego defraudadas, pero que nacionalizó el canal de Suez, lo que unido a su política activa a favor de los palestinos le valió la pérdida de relaciones con Estados Unidos en la Guerra Fría. Aunque promovió el movimiento de no alineados y el panarabismo, acabó en manos del otro bando, de la Unión Soviética. Ese mismo régimen sigue luego con Sadat que rompió con el socialismo, privatizó todos los sectores productivos, hasta que murió asesinado por militares que clandestinamente pertenecía al grupo islamista Yihad, escindido de los Hermanos Musulmanes. Y lo mismo sucedió en Túnez con Burguiba que accedió al poder con el apoyo del ejército, o con Gadafi.

P: Vinculados a los movimientos de independencia.

R: Tienen gran prestigio precisamente porque participaron activamente en la guerra por la independencia. El caso de Egipto es claro, pero también Argelia, donde el Frente de Liberación Nacional se convirtió luego en un partido único, hegemónico y autoritario, pero que al subir al poder tras capitalizar la cruenta guerra por la independencia contra Francia tenía un enorme prestigio.

P: ¿Los movimientos actuales preocuparán mucho en occidente?

R: Mucho y la presión externa será decisiva. Por eso no tengo excesivas esperanzas porque por lo visto hasta ahora, Israel va a presionar con todos los medios a su alcance para que no se pongan en entredicho sus intereses. Ellos hablan siempre de seguridad.

P: Que incluye los territorios colonizados.

R: Es que no quieren renunciar a ningún territorio anexionado y para eso necesitan el apoyo de los países de la región para mantener una situación que desde el punto de vista del derecho internacional es absolutamente ilegal. Este es uno de los problemas de la zona y por lo que Mubarak trató de aferrarse al poder, porque Egipto es el país que ha marcado las grandes transformaciones del mundo árabe y Oriente próximo. Fue el primero en poner en marcha los movimientos nacionalistas, fue donde se configuró lo que se conoce como renacimiento cultural árabe, promovió la Liga de Estados Árabes y fue el que tuvo la primacía hasta los acuerdos de Camp Davis de Sadat, cuando Egipto pierde protagonismo y es sustituido por algo que en principio a Estados Unidos le viene muy bien pero que finalmente es un juego peligroso: Arabia Saudí, que representa un modelo totalmente diferente de entender la hegemonía política, que pone el acento en lo religioso y exporta una visión del islam predominante en el yihadismo contemporáneo.

P: Hay también manifestaciones en Libia, Bahrein, Marruecos... ¿Qué se puede esperar?

R: Soy pesimista. A pesar de todos los síntomas y de lo mucho conseguido con el estallido popular y a pesar de cómo se extiende a otros países es difícil que se consiga lo que piden: democratización y apertura política real, el fin de la corrupción y que los estados ejerzan un papel más redistribuidor de la riqueza.

P: ¿Por qué?

R: Porque el mundo árabe es desde la época colonial el escenario de la apetencia. Ahora se ha establecido una especie de neocolonialismo económico en la región y es difícil que el resto del mundo con intereses en la zona permita que haya regímenes que escapen al control de esos grandes intereses. Por ejemplo, Sudán del Sur que acaba de lograr su independencia tiene el 70% de los yacimientos de petróleo de Sudán. Ya hay compañías norteamericanas, chinas y de los grandes país con una gran presencia ahí, de modo que el régimen que se instaure antes o después girará hacia esas presiones, va a ocurrir en Irak, que es un estado desmantelado que no sabemos cómo acabará, y en Egipto, donde la presión de occidente será en apoyo de Israel, aunque no olvidemos que tiene una llave geoestratégica importantísima como el canal de Suez para la evacuación de materias primas de la zona. Y en Argelia, ¿es que van a permitir que Buteflika desaparezca así como así cuando durante todos estos años de guerra civil no declarada los ingresos de las grandes compañías extranjeras en el país han sido enormes? Además, la cada vez mayor presencia de China en la región es un neocolonialismo económico como el que estableció Estados Unidos después de barrer de la región a las potencias europeas como Francia o Gran Bretaña.

P: ¿Han tocado los movimientos islamistas techo?

R: No. Es esperanzador que lo que ocurre en el mundo árabe ahora no esté capitalizado, liderado ni inspirado por ninguna consigna religiosa, pero, ahora bien, Estados Unidos y Europa tienen que dejar de meter en el mismo saco al islam político y al terrorismo yihadista. Hay muchísimo interés en mezclar churras con merinas.

P: O sea, Erdogan en Turquía.

R: Erdogan es un líder que no tiene nada que envidiarle a los líderes europeos. Su partido, Justicia y Desarrollo, de inspiración islámica moderada es el islam político y es el que está llevando las mayores reformas y democratizando Turquía sin cambiar de régimen, aboliendo la pena de muerte y reconociendo a los kurdos al menos su identidad cultural y linguística. Lo que digo es que este tipo de islamismo demuestra que es compatible con cualquier sistema de gobierno. ¿Por qué aquí se puede permitir que exista la democracia cristiana y no se va a poder admitir que haya un partido que quiera recuperar lo mejor del islam?

P: ¿El islam no es sharia, manos cortadas y burka?

R: El actual no, evidentemente. ¿Qué manos cortadas hay en Turquía? ¿Acaso es eso lo que pide Justicia y Desarrollo en Marruecos? Todo lo contrario, precisamente Erdogan fue uno de los primeros líderes de un país mayoritariamente musulmán que pidió a Mubarak que hiciese caso al clamor popular egipcio.

P: ¿Es ese islam político el que puede taponar la expansión del terrorismo yihadista?

R: Claro.

P: ¿Son homologables también los Hermanos Musulmanes?

R: Sin duda. Desde luego son más fundamentalistas que el turco Justicia y Desarrollo, son más reivindicativos de la presencia del islam, pero siempre por vías pacíficas y democráticas. Y otro ejemplo, Hamas en Palestina es el islam político real, revolucionario, el que pretende alterar y hacerse con el poder pero nada tiene que ver tampoco con el terrorismo internacional de Al Qaeda.

P: Sin embargo se les equipara.

R: Para seguirle la corriente a la OLP y, fundamentalmente, a Israel. Fíjate, Israel llegó a a acusar a la OLP de ser su Al Qaeda, pero cuando vieron que no tenía hueco en el escenario internacional lo que hicieron fue decir que Al Qaeda era Hamas, y no es verdad. Hamas nunca ha realizado un atentado terrorista contra intereses occidentales y fuera de su propio territorio. Participó en las elecciones y las ganó porque lo que pretende es suplir las deficiencias de la Autoridad Nacional Palestina que provoca el descontento de los palestinos. Por eso ganó las elecciones por goleada, igual que pasó en Argelia con el FIS, que es un partido que se puede equiparar a Hamas.

P: ¿Qué supone no comprender que existe un islam político y que tiene un papel que jugar?

R: Es un enorme error, el peor que ha cometido occidente tanto en el Magreb como en Oriente Próximo. Por ejemplo, cuando el FIS gana la primera vuelta de las elecciones legislativas Europa, con Francia a la cabeza, y Estados Unidos se hacen conniventes con un golpe de estado velado que pone fin a la constitución y que da lugar a una guerra civil que todavía hoy da coletazos. Declararon ilegales a unos señores que participaban en unas elecciones porque no le gustaban los resultados electorales. Es lo que ha pasado en Palestina y, evidentemente, es un gran error. Lo mejor que se podía haber hecho es permitir que se enfrenten al poder. No hay cosa que rebaje las utopías más que la praxis.