sábado, 5 de marzo de 2011

Una historia que podría ser vuestra


Fesal Chain

Uno no escribe para sí mismo. Uno ni siquiera escribe meramente sobre uno mismo, y a veces aunque no se crea ni siquiera desde uno mismo. Lo particular de la vida de quien escribe, puede y debe a mi juicio, ser universalizable. Como dice Gabriel Zelaya, poeta español en su célebre poema "La poesía es un arma cargada de futuro":

"...Canto, y canto, y cantando más allá de mis penas
personales, me ensancho".

Hoy por la mañana pensaba que era necesario mostrar a quienes me leen, lo que ha sido una especie de recorrido libremente elegido, pero de alguna u otra manera, aunque parezca una paradoja, un camino también obligatorio, la ruta de quien no tiene la intención de traicionarse a si mismo.

Para mi la dictadura pinochetista fue el mayor castigo que todos los chilenos y chilenas, aún los verdugos, y fundamentalmente las víctimas, pudieron haber tenido, al menos en la historia del Siglo XX. He escrito muchísimo de aquello no solamente desde el punto de vista de la filosofía política, sino desde mis vivencias personales.

Entré a la conciencia del mundo, es decir al primer septenio, con un Golpe de Estado. Con todo lo que ya conocemos y aún con todo lo que no conocemos ni imaginamos. A mis 14 años ciertamente no podía estar del lado de los verdugos, pero tampoco podía estar del lado de aquellos que no eran radicalmente opositores al genocidio. Mi conciencia me lo impedía. Busque, busqué lugares y mundos, grupos sociales y personas que pudieran sentir como yo y hacer en consecuencia lo que sentían y pensaban. Creo que lo logré en alguna medida, no en la que hubiese deseado según mi propia necesidad imperiosa de justicia, pero algo logré. Nunca mi intención fue hacerme a un lado. Sino todo lo contrario, hacerme parte, nombrando nuevamente a Celaya en su poema: nunca vivir la vida "como un lujo cultural (de) los neutrales que, lavándose las manos, se desentienden y evaden".

La ideología, cualquiera que fuese, o la política misma como máquinas u organizaciones me importaba muy poco frente a la premura de una lucha que requería estar no sólo atento sino atentando. Atentando. Esa era la palabra. Subvirtiendo. Rebelando/se y rebelando a otros. Pero uno entra en el conocimiento, pues la práctica y no sólo la voluntad de erudición o sabiduría lo pone en dicha esfera. Entré entonces al marxismo como quien entra al mundo de las develación inconmensurable. Qué bello conocimiento, que bella auto imposición a la negación sistemática entre el decir y el hacer. Qué heroicos y heroicas, hermosos y hermosas compañeras de la lucha conocí en aquellos tiempos.

Pero como dicen los marxistas más lúcidos "solo la lucha te hace libre" y continué. Continué luchando. Y no meramente "contra otros" sino como el ejercicio fundante de encontrar un lugar en el mundo, el lugar específico de mis necesidades y capacidades, de mis fuerzas internas, de mis herramientas, de mi arado, de mi taller y de mi chacra. Pues dejé de sufrir y de ser auto indulgente en muchos aspectos personales y sociales de mi vida, y entonces elegí nuevamente: El camino de la palabra y del estudio sistemático, el camino del conocimiento como arma de liberación humana. Y esta elección no fue ni cómoda, ni entendida. Me acompañó la pobreza y la derrota, la soledad y las envidias, el juicio fácilmente emitido por quienes no me conocen, ni saben de mis motivaciones más profundas, o de mis sufrimientos y alegrías. Como dice una canción popular " qué sabe nadie".
Sin pretender intelectualizar en demasía esta mi historia, que podría ser la vuestra, y tal como afirmó Michel Foucalt allá por los años '80 convertí "...mi moral (como) «antiestratégica»: (pretendiendo) ser respetuoso cuando una singularidad se subleva, intransigente desde que el poder transgrede lo universal. Elección sencilla y dificultosa labor, puesto que es preciso a la vez acechar, un poco por debajo de la historia, lo que la rompe y la agita, y vigilar, un poco por detrás de la política, sobre lo que debe limitarla incondicionalmente. (...) No soy ni el primero ni el único en hacerlo. Pero yo lo he escogido". (1)

Así que dejé el marxismo como una ideología totalizadora y una práctica estática e incorruptible, y a la par comencé a observar a la izquierda chilena y mundial no como lo que fue, o podría ser, sino como la suma de deseos de hombres y mujeres que a mi entender particular, en gran medida han divorciado el decir del hacer. Es decir, han escindido el propio deseo, de la acción conducente a la justicia social, a la libertad, igualdad y fraternidad entre los hombres y mujeres de Chile y del mundo. Observé entonces a la izquierda en el Estado y fuera de él, como un poder más. Y con esto no pretendo erguirme yo mismo en la izquierda ideal en tanto tal, pues no existe sino lo que existe. Es largo explicarlo teóricamente pero está en mis ensayos especialmente en aquellos del Diario Digital G80. (Ver: http://www.generacion80.cl/noticias/columna_autor2.php?varautor=7604:)

Lo que si elijo nuevamente, es no quedarme en el deseo y en el divorcio infinito y menos en hacer propio aquello que negamos en otros y por lo que fuimos capaces de dar nuestras vidas para que justamente otros no lo hicieran: el amor al dinero, la pragmática, la construcción de una comunidad escindida y de castas privilegiadas que deviene en represión o las verdades reveladas por hombres y mujeres que se sienten y se sitúan como dioses . No, yo no entro en ese mundo, porque no me gusta ese mundo bajo ningún fundamento presuntamente científico o de la voluntad. Pero allá aquellos que creen que lo que hacen es efectivamente luchar por la liberación. Yo no soy quien para juzgarlos, pues realmente siento que no debo ni puedo emitir fáciles juicios sobre quienes no conozco, ni se de sus motivaciones más profundas o de sus sufrimientos y alegrías.

Pero yo sigo proponiéndome, aún con más fuerza y consciencia que ayer "nunca vivir la vida "como un lujo cultural (de) los neutrales que, lavándose las manos, se desentienden y evaden". Atentando. Subvirtiendo, rebelando/me y rebelando a otros, contra todo poder que se hace inexorablemente ilegítimo cuando sobrepasa y domina a toda singularidad que se subleva, cuando dicho poder transgrede lo universal. Incluyo ciertamente a los líderes e iconos de una izquierda que cree que desde la comodidad de una cierta identidad obtenida en el pasado, está empujando el carro de la historia, cuando desde su vejestud lo que hace es detener el carro de los pueblos.

Por ello entro al conocimiento del nacional socialismo, o del islam, o del judaísmo, o del leninismo o de Marx y Heidegger, o del postmodernismo, o de la anti psiquiatría o del orgón, o de cualquier fenómeno, sin las anteojeras de tomar cómodamente palco en la agitación y propaganda, o desde una comunidad de intereses y deseos atiborrada de acólitos, monaguillos y guardianes convencidos, o parafraseando a Antonin Artaud, ocupando el mísero lugar del vocinglero imaginario, que sabe bien que no hará todo lo que aúlla y proclama.

Y finalmente, tampoco me paseo por el estudio del hombre y la mujer, del ser y del hacer, como un pretendido erudito de café o de realidades virtuales, pues sé muy bien, que la pluma que enarbolo como bandera me hace vivir como vivo, austeramente, y pagar las consecuencias libremente de lo que hago como escritor y hombre, y que dicha pluma me pone en riesgo muchísimo más de lo que creen los que fácilmente pueden enjuiciar mis palabras y etiquetarme como tal o cual, o como un tal por cual.



(1) Michel Foucault «Inutile de se soulever?», en Le Monde, n° 10.661, 11-12 de mayo de 1979, págs. 1-2.

No hay comentarios: